No podía haber mejor escenario que el Wanda Metropolitano, el estadio más moderno de LaLiga, para albergar el Atlético Madrid-Barcelona y establecer el récord de espectadores a nivel mundial en un partido entre clubes: 60.739. Ni tampoco el RCDE Stadium, club pionero donde los haya el Espanyol, para superar las 20.000 personas y marcar también un éxito en Cataluña, comunidad que celebra que el Barcelona, el gigante español, juegue su primera final de la Champions en Budapest el día 18. Jornadas históricas que refleja los nuevos tiempos del fútbol femenino, imparable a nivel social, con mucho camino por recorrer en cuanto a estructura, patrocinios y mediatización. La excepción del Wanda o de Cornellà-El Prat debería convertirse en la norma en un futuro próximo, y ayudaría que gigantes como el Barcelona o el Real Madrid utilizasen su escaparate más asiduamente. Todo deporte necesita crear sus propios iconos, sus mitos, sus leyendas y tener sus abanderadas. Y más al comienzo de su propagación.

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Esther González (Atlético de Madrid), Leia Ouahabi, Nataša Andonova (FC Barcelona) y Brenda Pérez, atletas de Be Universal que jugaron los partidos mencionados anteriormente, representan la jugadora moderna 50 años después de que las primeras mujeres, aventureras y rebeldes, apostaran por vestirse de corto y empezar a filmar la historia del fútbol femenino en España. Hablamos de comienzos de los años 70 en Madrid o Barcelona, donde un juego interpretado por mujeres tendía más al exotismo, entre un público cuyos ojos solo se habían acostumbrado al fútbol masculino. La mujer dejó de vivir el fútbol en la clandestinidad y estadios como el Camp Nou acogieron algunos partidos del Barcelona a comienzos de esa década, para más como folclore que como deporte. La mirada de aquella época no era aún limpia.

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Los primeros datos periodísticos que se han recogido de partidos entre mujeres remiten a finales del siglo XIX en Inglaterra, pero es en la segunda década de 1900, con el vacío que generó la Gran Guerra (1914-18), cuando se tiene constancia del fútbol femenino organizado en los países británicos. Tarda más en llegar a España, siempre a rebufo de los movimientos vanguardistas. Y, pese a ese ímpetu, hasta 1981 no se crea la Copa de la Reina y en 1988 es cuando la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) decide crear el primer campeonato de Liga. El fútbol femenino derribó su particular muro de Berlín.

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El fútbol femenino seguía bajo el amateurismo, cambiando de nombre pero no aumentando los recursos. Primero fue la División de Honor, apelativo más de fútbol base que de fútbol profesional, y luego la Superliga, aunque de súper no tenía más que el nombre: solo los clubes profesionales o los clubes con mecenas eran capaces de aumentar el presupuesto. Es a partir del patrocinio de Iberdrola, de la apuesta de LaLiga y del auge del deporte femenino en los últimos años (ya en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 la mayoría de medallas fueron de mujeres), cuando se da un salto claro hacía la profesionalización.

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De jugar en la clandestinidad a batir el récord de aficionados en el Wanda han pasado 50 años o alcanzar la final de la Champions, un periodo de cambios lentos, pero últimamente de cambios firmes. La dedicación de los clubes, la profesionalización de las jugadoras y la competitividad del campeonato marcarán ahora el futuro de un deporte que disfruta de buenos tiempos, aunque, seguramente, los mejores aún están por llegar.

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Alberto Martinez Fernandez
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